Nubes
- Jul 15, 2016
- En: Sin coser en papel
Nubes.
¿Qué esperas cuando alguien ha firmado una receta llena de letras que no entiendes, con órdenes confusas y sin aparente sentido? Obligaciones de trabajos preferentes, visitas atropelladas, sin pausa, encadenadas. Palabras, más palabras, nombres raros, latinajos y neologismos que, a fin de cuentas, no son más que grafías y letras. De golpe te conviertes en espectador de unos hechos lejanos que ocurren en primera persona, actor de un teatro macabro, de una tragedia vivida hasta el fondo de un escenario que absorbe al personaje para convertirlo en protagonista de un baile sin fin, de un baile de derviches embrujados por la luna de un desierto que espera acechante detrás de los interminables viajes entre el propio yo y el espacio-tiempo que se acaba; autor de una obra sin ensayos. Estás bien, pero la espada de Damocles gravita sobre tu cabeza en un juego de imágenes reflejadas en los espejos del infinito que se aproxima lentamente eludiendo las trabas que se van dejando caer entre las piedras de un camino que se acerca a su fin. La educación y los años de colegio te obligan a callar los improperios que surgen de tus entrañas en un silencioso grito que, como el de Munch, atraviesa el universo para que, con la reverberación de un eco imaginado, se infiltre en las redes del yo y lance un suspiro de miedo, clamando a cualquier existencia que venga a sacarte del pánico en el que vas cayendo antes de deslizarte por el último tobogán del olvido, ese que, tras cerrar los ojos, abre una nueva dimensión al tiempo, y ya otros serán los que hablen de ti en tu ausencia, en tu inexistencia, en ese abandono obligado por la sentencia de muerte inscrita en tus genes y desarrollada por tu propio cuerpo traidor. No es más que una nube suave, agradable, atrapada en lo alto de la montaña que, apropiándose y alimentándose de tu esencia, se convierte en una tormenta de magnitud inconmensurable, de grandiosidad irrepetible, de protagonismo final, es tu definitivo y único adiós.