Cien años de perdón

Cien años de perdón. Claudio Cerdán. Ediciones Versátil en la colección «offVersátilthriller» dirigida por Vicente Garrido que firma un pequeño prólogo. Octubre 2013. Páginas 354. Precio 20 €.

Para empezar el título ya es una declaración de principios. Quizás porque el autor naciera cerca de las tierras que hollaron con sus historias unos personajes casi reales de nuestra literatura como son D. Quijote y Sancho Panza y, asomándose a su saber popular, el título es una parte de un refrán de esos que plagan nuestro día a día y que sirven para lo dicho y lo contradicho, ya lo hizo con su primera novela negra «El país de los ciegos», otra parte de un refrán muy popular. Por supuesto, y para quién no conozca el refrán, lo incluye en las frases con las que presenta la novela que tampoco son gratuitas. Y como declaración de intenciones, conociendo su significado, podemos adivinar las pretensiones de los personajes, marionetas de un azar cotidiano que se cruza con un destino sinuoso en un escenario que por cercano no es más conocido, marcando el tiempo las pinceladas de las palabras, un lenguaje un tanto canalla con reflexiones nihilistas de conocimiento de la realidad escondida en nuestros propios miedos y frustraciones, y unas frases que te hacen pensar en razonamientos de supervivencia diaria reconociendo escenarios y situaciones de un Alicante vecino del aeropuerto y de Los Arenales, una urbanización de playa que, en el tiempo de otoño de la novela, aparece como un barco fantasma en el que todos los monstruos de nuestra imaginación, que no supera a la realidad, pueden campar a sus anchas. Claudio Cerdán ha hecho de una cotidianeidad muy cercana y conocida un lugar tenebroso que le enmarca el escenario donde sus protagonistas representan la obra de su vida.

Los personajes, como comenta Vicente Garrido en el prólogo, están cercanos a su propio esperpento en una imagen con la palabra desidia grabada en la piel de cada uno de ellos como un tatuaje, se dejan llevar en esa teatralidad de marionetas que ellos creen manejar y controlar como una quimera más de las muchas que inundan el pensamiento. Claudio Cerdán habla de policías, de malos muy malos, y de otros malos que se lo creen, de mafias extranjeras, de obras públicas, de campos de golf en urbanizaciones reconocibles, de corrupción, de extrañas asociaciones, de crímenes por amor o desamor, o de crímenes simplemente por vivir, de dejadez vecinal, de desconocimiento real o fingido, de actores que sobreactúan, … de un día a día cercano con el que podemos sentirnos identificados, que parece que se puede controlar y del que, por supuesto, siempre se quiere uno alejar dentro de la propia ambición, para caer en nuestras propias mentiras y en los miedos propios. La lista de personajes es larga con los cruces casuales entre sus vidas que desembocan en tragedias muy vivas, con unas descripciones bastantes sanguinarias y crueles. Al final del libro en una especie de glosario con el título de «Sospechosos habituales» se citan todos los personajes, los que llevan su nombre propio y los que se conocen por su alias o apodo, los que son protagonistas y los que son necesarios para los actores principales en su puesta en escena, los que aparecen como a desaire y los que se creen principales.

La estructura de capítulos representados por una imagen digital de fecha y con los indicadores horarios que separan las partes de estos «capítulos» en una fuente tipo digital con una muy explícita exactitud de horas, va marcando el deambular de la lectura en una mezcla de imágenes y contra imágenes que devuelven a la novela su propia realidad y que permite al lector comprobar la rapidez de unos hechos que no han necesitado de tiempo escénico para suceder, al final los personajes son los que rigen la novela y están ahí para que el lector analice quién es el que maneja de verdad los hilos de su propia existencia.

2 2146